martes, 20 de octubre de 2009

EL NEGOCIO DEL CAPA PERROS

En una vieja casona a las orillas del pueblo, se llevaba a cabo una entrevista. El reportero un hombre joven, había dado con lo que sería su primicia o tal vez un premio de esos que otorgan a los periodistas aguzados. Frente a él un anciano esquelético, pálido y de rostro curtido por las arrugas, y piernas y brazos alargados. El viejo hizo una larga pausa antes, de contestar a las preguntas del periodista.

Durante todo ese tiempo, se dedicó a observarle. Con su cigarro en la boca, tosió repetidas veces. Lanzó el esputo envuelto entre salivas, se limpió con las mangas de la camisa sus anteojos y como si diera un salto, se levantó de su vieja poltrona de madera.

Caminó arrastrando sus pasos hasta la puerta que daba a la calle. Se recostó en el marco de la misma, volteó hacia donde estaba el extraño y un fino hilillo de sonrisa, asomo en sus labios. El periodista le observa atento a contraluz.

La tarde cruzaba velozmente, dejando una estela de sopor y desesperación.

El oficio de Castrar perros nunca fue rentable. Eso bien lo sabía la gente del pueblo. Por eso nunca se explicaron, cuales razones tenía Don Papo de seguir haciéndolo. El populacho había bautizado los malos negocios, con su locuaz sabiduría, como los negocios del “Capa Perro”. Su fama de capador de perros se extendió por toda la provincia, incluso se escuchaba hablar de él en ciertos círculos sociales. Y la razón es que, por cada perro castrado por Don Papo, él solo cobraba al cliente la suma de veinte pesos. Un pago que sería luego compartido con sus dos ayudantes, quienes recibían a su vez la suma de quince pesos cada uno. Es decir cobraba veinte pero pagaba treinta, de ahí su fama de castrador y mal negociante.

Desde la puerta, Don Pepe observa el devenir del pueblo. Mientras el sol cae como plomo sobre los techos y su resplandor muere en las ventanas polvorientas, en los colores vivos de las casas recién pintadas o en el lumínico letrero, frente a la Fábrica de Embutidos que rezaba en letras grandes y rojas: “Compramos Carne, a $100.00 la libra”.

El viejo continúo riendo, sin contestar a las preguntas del periodista.

Nolberto Sabino