“Las luchas y diferencias de clases sociales, son el
motor que mueven la Sociedad”, esta frase la habré escuchado por ahí y es que
existen multitud de situaciones, como un juego entre los que tienen y los que
no tienen, que dan lugar a la movilidad social o en últimas instancias, a la
ridiculez de las diferencias de clases.
Verán, en estos días recién pasados, tuve la
oportunidad de visitar una funeraria; esto así para acompañar en su dolor a una
familia amiga, que lloraba la pérdida de su padre. Una vez entrado por la
puerta principal de dicho local, me vi ahogándome en un mar de gente en los
pasillos y corredores del lugar.
Y es aquí, que empezó todo.
No hacía mucho que había llegado y a mis espaldas
sentí un estruendoso golpe en el piso que me estremeció, al tornar la vista, vi
como una señorita de finos rasgos juveniles era atendida de un desmayo. La
gente se agolpo sobre ella con una curiosidad insaciable. Entre espasmos y
gritos, retuerces de ojos, empujones y llamaderas, los asistentes
diagnosticaban que se trataba de una posesión del muerto, intuyendo que se
trataba de su pariente fallecido que apostado sobre un féretro era despedido en
una de las salas de la funeraria. Pero a solo instantes de haberla visto, supe
de una vez que no se trataba de una posesión, sino mas bien que su desmayo era
cosa de amor.
No es que yo sea un docto en materias del amor, ni
mucho menos. Lo supe cuando mirando atentamente a la joven, pude percibir como
de manera muy sutil ella le guiñaba un ojo a un hombre a su lado, mientras él
le apretaba la mano en tono sugestivo. Así, que ante tanta desfachatez, opte
por mirar a otros parroquianos.
Y aquí, retomo el tema de las diferencias de clases.
En un extremo derecho del pasillo estaban los deudos de una señora adinerada, como
sé que era adinerada, bien basta con ver como visten esos parroquianos para
saberlo: las señoras con elaborados trajes tipo Tail Hem, en los tonos de
temporada, con telas de seda o Shiffon Poli, complementado con zapatos de
tacones y fina joyería, rematado por un bolso Louis Vuitton; mientras los
hombres recios y formales, en lapidados en finos trajes de Salvatore Ferragamo.
Mientras, en el otro extremo del pasillo, estaban
ellos. Como es lógico suponer eran muchos, atropellándose unos a otros. Estaban
los vecinos, los familiares, los amigos, los no conocidos quienes no tenían
otra cosa más que hacer en el barrio y puesto que en las funerarias es sabido
abunda el café gratis, arrancaron para allá. Pero ellos, no visten de marca, en
ocasiones ni siguiera puedo saber si se trata de fiesta o luto, por la
complejidad del vestuario y lo estrafalario del maquillaje y demás
accesorios. Todo esto me daba a entender que se trataba de un muerto oriundo de
un barrio pobre.
Pero es que las diferencias son así, tan simples de
percibirlas. Ahora eso no era todo, también había una marcada diferencia en la
forma de manifestar el amor que le profesaban a su ser querido ya ido.
Del lado de los ricos, a penas se escuchaba murmullos.
Las lágrimas si las había eran enjugadas en finos pañuelos blancos, bordados
con las iniciales de sus rimbombantes apellidos. Las charlas entre los deudos y
los llegados, versaban sobre firmas de contratos, visitas a algún país para el
próximo invierno, las convocatorias a eventos, etc., nadie tomaba café, y en el
ambiente reinaba el sonido de un piano en solitario.
Del lado de ellos, los muchos…, todo era tumulto. A
cada minuto caía como una Guanabana alguna que otra señora, mientras un coro a
su alrededor intentaban calmarla llamándola por un sobrenombre o bien por otro
nombre inventado, ya que a las mujeres en trance no se les llama por su
verdadero nombre. Lo que nunca me he explicado, como es que estas mujeres podían
estrujar con tanta facilidad a siete hombres fornidos que intentaban sujetarla.
Pero estas crisis duran poco, y ya al rato se le ve a la señora conversando
amenamente como si nada le hubiera pasado. De este lado, los gritos y ruidos de
tropel de niños correteando en los pasillos sin que sus padres les digan ni la más
mínima cosa, así como los parroquianos quienes después de tres o cuatro vasos
de café dan rienda suelta a los cuentos gestando carcajadas impropias del lugar
sacro en el que están, contrastando con la solemnidad de los deudos del
corredor próximo.
Ya entrada la noche, se precipita la partida de los
concurrentes. Como mismo llegaron proceden a partir, los encumbrados en sus
modernos vehículos parqueados en frente del local, mientras que los
parroquianos del barrio… en la cola de una guagua de ruta próxima. Y al final
todo empieza a quedarse vacío. Pero aquí no termina todo.
Ya a la hora de la despedida, las diferencias también
son marcadas, para los pudientes y atestados en dinero, la partida y dejar al
muerto en capilla de reposo es tan natural y tan relajado, que las despedidas
son con un consabido: “nos vemos mañana en la oficina..” mientras proceden a
marcharse.
Del otro lado, donde están ellos, los muchos, la cosa
es diferente: a la hora de partir los deudos arrecian sus gritos, y la
desesperación se va apoderando de cada uno de los miembros de la familia,
quienes a gritos tétricos reclaman que no los separen de su pariente y a unos y
a otros se les escucha decir: “hay tan bueno que era…, que no se lo lleven
no!!!.., que no se lo lleven, hay que voy a hacer ahora sin ti…”, y así entre
pataletas y correderas para auxiliar a cuanto ser caiga, los van sacando a uno
por uno del local, pero ya afuera la brisa fresca les aclara el pensamiento y
vuelven a la rutina de sus vidas.
Ya desolado el local y cubierto de penumbras, solo
quedan los muertos viviendo sus propios sueños.
Ayyy...! que solos y tristes, se quedan los muertos.
Nolberto Sabino